¿Cómo dejar de ser la víctima de tu vida?

No es que la vida sea fácil, pero hay gente que a las tres pinceladas de sufrimiento, hace de la victimez su modus operandi. Unos deciden hacer algo para dejar de serlo y otros... pues no. ¿Eres de esos?

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A la larga, hacerte la víctima no te va a conseguir lo que quieres, responsabilizarte de tus actos y tomar las riendas de tu vida sí, pero tienes que atreverte a cambiar. Podemos hacernos la víctima en todos los aspectos de nuestras vidas o solo en algunos. Por ejemplo, puedes victimizarte en la oficina, pero estar en otro canal con tu pareja, Rebeca Muñoz explica que, dependiendo de nuestro rol de vida, vamos a ver distintos victimarios.

¿Víctima o villano?

Empecemos por hacer distinciones. De que hay víctimas hay víctimas: personas que sufren un daño particular, ya sea de forma fortuita e inesperada o bien, como efecto de acciones de otros que ponen en riesgo su integridad física, emocional, mental, social, económica o patrimonial. Todos sabemos de casos de abuso sexual, de secuestro, de maltrato o de situaciones de personas afectadas por sismos y huracanes. Pero una cosa es ser víctima y otra bien distinta es hacerse la “víctima”.

El victimismo, esa estrategia de las seudovíctimas, es la tendencia a posicionarse -consciente o inconscientemente- como una víctima, señalando y culpando equivocadamente al entorno, al marido, al destino o a Dios, de sus desgracias. La “víctima”, en su narrativa de todos los días, y a través de quejas, acusaciones, lamentos y manipulaciones, deforma la realidad, elude la autocrítica, se muestra imposibilitada e icompetente, no asume responsabilidad alguna ante lo que vive y se complace de su dolor.

ESTRATEGIAS DE DON VICTIMÓN

Posicionarse como víctima abarca un gran espectro de acciones con diferente intensidad, frecuencia y perversidad Hay quienes son corderitos inofensivos que miran la vida con cierto pesimismo y desazón, mientras otros son verdaderos casos patológicos que exageran sus desgracias a través de la cultura de la queja, la culpabilización y la manipulación. Esto es lo que las víctimas profesionales hacen para nunca perder ese papel.

Se quejan constantemente. Van por la vida lamentándose y buscando consuelo a diestra y siniestra porque, según ellos, “no pueden hacer nada” para cambiar las “terribles” circunstancias de su vida. El sufrimiento constante les genera cierto placer, pues les da un rol protagónico ante los demás y los hace merecedores de escucha, compresión y compasión.

Deforman la realidad. Al narrar los acontecimientos omiten información, la exageran o la matizan, siempre cargándose a lo negativo. Su objetivo es acomodar la realidad a la versión pesimista que ellos necesitan.

Avientan culpas. Tienen una habilidad especial, por no decir sobrevigilante y paranoica, de culpar a las personas de sus males y desgracias. Argumentan con detalle la forma en la que los demás los quieren perjudicar, lastimar, excluir y maltratar.

¿QUÉ HAY DETRÁS DE ALGUIEN QUE SE HACE LA VÍCTIMA?
Así por encimita todos piensan que es alguien a quien “le gusta sufrir” o que lo hace nomás por maldad o para manipular al otro. La realidad es mucho más complicada que eso, porque, si bien es cierto que hay una forma de manipulación al hacerse a víctima y despertar lástima, en general no se hace para sacar ventaja del otro, sino para evitar una posible agresión u obtener algo que, de otra manera, no se siente capaz de obtener.

¿CÓMO ME BLINDO DE UN VICTIMISTA?
Reconociéndolo: el primer gran paso es distinguir a quienes sí viven abuso o maltrato de quienes lo simulan y proclaman. Y, sin minimizar los sufrimientos que sí pudiera vivir un victimista, identificar que su estrategia de solución es justo la postura de “¡cuánto sufro!”.

¿Y SI SOY YO?
La estrategia de victimización como herramienta para llamar la atención, recibir amor y ser comprendido tiende a funcionar un tiempo breve, pero se agota rápido. No puedes dedicarte a culpar a tus padres, a la economía y al destino de lo que te pasa. Si te muestras como víctima de tus circunstancias, puedes dar lástima, pero luego coraje y al final resultar poco interesante.

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