Salud mental
Por: Sofía Leviaguirre
El cáncer no llega solo. Te contamos un poco de cómo afecta el cáncer a la familia y qué hacer para seguir adelante.
Cuando hay cáncer y familia, hay también un mar de emociones que aprender a navegar. Por eso, te contamos un poco sobre el impacto emocional que tiene el cáncer de mamá en la familia y qué puedes hacer para ayudar.
El cáncer no llega solo. Cuando una persona es diagnosticada, toda su red de apoyo también recibe el golpe. La vida se reorganiza en torno a citas médicas, tratamientos y emociones que pasan de la esperanza al miedo en segundos. El cáncer no solo transforma el cuerpo, también sacude los vínculos más profundos, y nos recuerda que sanar es un proceso colectivo.
Los amigos pueden convertirse en un pilar silencioso pero esencial. A veces no saben qué decir, y eso está bien: acompañar no siempre es sinónimo de hablar, a veces solo es sostener. Un mensaje, una visita breve, una comida preparada o una tarde de risas pueden ser gestos que devuelven la sensación de normalidad y conexión. La amistad, en momentos así, es más que compañía. Es un recordatorio de que la persona con cáncer sigue siendo ella misma, más allá de su diagnóstico.
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El cáncer, especialmente el de mama, pone a prueba la intimidad y la comunicación. Los tratamientos pueden alterar la imagen corporal, el deseo sexual y la confianza. Según estudios, el 70% de las mujeres sobrevivientes experimenta problemas sexuales en los primeros dos años después del diagnóstico. La empatía y el diálogo son clave. Redefinir el contacto físico, explorar nuevas formas de cariño y buscar ayuda profesional puede fortalecer el vínculo.
Cuando un hijo se enferma, los padres suelen sentir impotencia: quisieran curar, aliviar, proteger, pero se enfrentan a un dolor que no pueden resolver. Y cuando el diagnóstico llega a uno de ellos, los hijos viven el miedo de perder su base emocional. En ambos casos, la comunicación es vital. Hablar del miedo, pedir ayuda y aceptar que no siempre se puede ser “el fuerte” es parte del proceso. Cuidar también es dejarse cuidar.
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Decirle a un niño que mamá o papá tiene cáncer puede parecer imposible, pero la verdad, adaptada a su edad, siempre es mejor que el silencio. Los pequeños perciben los cambios y necesitan entenderlos. Mantener rutinas familiares, como leer juntos o cenar en familia, les brinda estabilidad emocional en medio del caos. Es fundamental asegurarles que no tienen la culpa, que no es contagioso y que siguen siendo amados.
Los hermanos comparten más que la infancia: comparten genes, historias y, a veces, riesgos. Tener una hermana con cáncer de mama duplica las probabilidades de desarrollarlo, especialmente si existen mutaciones hereditarias como BRCA1 o BRCA2, que tienen un 50% de probabilidad de transmitirse a la siguiente generación. Por eso, cuando hay antecedentes familiares, la prevención y las pruebas genéticas se vuelven herramientas poderosas. Más allá de lo biológico, los hermanos también suelen ser cuidadores, confidentes y cómplices emocionales.
El cáncer desordena, sacude y transforma. Pero también revela la fuerza que existe en los vínculos. Una familia unida no puede evitar el dolor, pero sí puede hacerlo más llevadero. Porque cuando el cáncer toca a uno, toca a todos y juntos, se puede aprender a sanar.
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Por: Sofía Leviaguirre