Beneficios de decir groserías y mentar madres

Investigaciones científicas recientes han revelado que usarlas tiene beneficios fisiológicos y psicológicos que ni te imaginas

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Por Emma Byrne

Aunque vayamos por el mundo mentando madres y pendejeando a los demás (aunque sea en nuestra mente), una parte de nosotros cree, siente y sabe que las groserías son ofensivas, que pueden meternos en camisa de once varas y dañar nuestra imagen. Lo que nadie nos dijo es que decir malas palabras puede reducir el dolor físico, disminuir la ansiedad, prevenir la violencia y hasta mejorar nuestras relaciones. La clave está en el equilibrio: hay que saber cuándo, dónde con quién y sobre todo cuáles usar.

Ayyyy, pero si solo fue una mentadita…
Blasfemar, jurar y maldecir se ha considerado históricamente como un lenguaje obsceno; antes estas expresiones eran un tipo de “magia” y se creía que el poder de un juramente, una promesa o una maldición era suficiente para atraer desgracias o cambiar el destino de alguien, literalmente como un hechizo. Hoy ya no creemos en esas cosas, ni que maldecir tenga el poder de alterar la realidad, pero decir groserías, ser vulgar o como quieras llamarlo, se apoya en los tabúes y justo ahí es donde radica su poder.

El lingüista Magnus Ljung, de la Universidad de Estocolmo, publicó el estudio Swearing: A Cross-Cultural Linguistic Study, en el que define con miles de ejemplos lo que todas, todas, pero todas las groserías tienen en común:

  • el uso de palabras tabú como fuck y shit
  • que no se usan literalmente
  • que son bastante predecibles
  • que son emotivas; decir groserías envía una señal sobre el estado mental de quien las dice
  • y en todos los idiomas hay groserías religiosas (santo), groserías copulatorias (chingada), groserías excretorias (mierda) o groserías basadas en insultos (cabrón).

¿Qué pasa en tu cerebro cuando andas de Lépero? 
Aunque no lo creas, decir groserías tiene profundas conexiones en muchas partes del cerebro. En particular en las que nos ayudan a procesar las emociones. Son palabras que se usan cuando tienes las emociones a flor de piel. Decir palabrotas es una seña social compleja que está cargada de significado emocional y cultural.

Prácticamente todos los seres humanos decimos peladeces. Según la Universidad de Kiel y la APS (Association for Psychological Science) “entre un 0.5% y n 0.7% de las palabras que decimos todos los días, son groserías”. Lo hacemos más cuando estamos solos y nuestro diálogo interno llega a estar formado por un 20% de malas palabras.

Estas usan diferentes partes de nuestro cerebro y no solo dependen de las áreas que evolucionaron más recientemente, también hacen uso de las partes prehistóricas que procesan nuestras emociones. De hecho, algunos estudios sugieren que necesitamos que los hemisferios izquierdo y derecho coordinen sus esfuerzos a la hora de procesar emociones, que es cuando echamos mano de las groserías.

El hemisferio derecho permite experimentar emociones de forma directa y tan rápido como un sistema de alarma, pero el izquierdo llega después para intentar decidir qué clase de emoción deberíamos estar sintiendo.

LA AMÍGDALA CEREBRAL, RESPONSABLE DE TUS GROSERÍAS

Es una de las estructuras más importantes del sistema límbico, las amígdalas cerebrales son nódulos del cerebro con la forma y el tamaño de una almendra. Hay estructuras similares en los cerebros de reptiles, peces y aves, esto significa que las primeras amígdalas aparecieron hace como 250 millones de años. Si te preguntas ¿por qué cargamos con una pieza tan antigua de hardware cuando tenemos estructuras tan sofisticadas en el córtex? La respuesta es que esas estructuras elevadas no podrían funcionar sin las señales de estos bultitos que son las amígdalas. Estas, además, son un indicador de si sufrirás o no depresión, son repartidoras emocionales que le permiten saber al resto del cerebro cuando tenemos miedo, estamos ansiosos o excitados.

Es de mentes grandes

Si decir leperadas fuera una cosa simple y primaria, no esperaríamos ver tanto involucramiento de las áreas más complicadas del cerebro, tampoco la amígdala tendría un papel tan importante que desempeñar. Y el hecho de que la capacidad para decir groserías se dañe si perdemos nuestra habilidad para cartografiar las emociones de los demás, no muestra el grado de refinamiento social que necesitamos para decirlas.

Podría parecer una contradicción, porque decir groserías también es algo primitivo, pero este argumento se basa en que desarrollamos el lenguaje como un medio para arreglárnoslas en el ámbito social: los primates que se comunicaban para contarse que habían visto un tigre en los árboles, eran más propensos a sobrevivir que los que no lo hicieron. Decir leperadas es un atajo poderoso para eso, tienen tal carga emocional que nos permiten comunicar información compleja de manera urgente. Lo que puede haber empezado como simples muestras de temor y agresión, se ha ido haciendo más elaborado conforme nuestras sociedades y nuestro cerebro han crecido y cambiado. Entonces no es ninguna sorpresa que decir groserías sea un sofisticado esfuerzo de equipo.

 

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