¿Qué pasa cuando todo el día tienes hambre?

Que cosa tan fea es el hambre, en especial si no se te quita con nada. Te decimos por qué siempreeeee te ruge el estómago y cómo evitarlo

Compartir

El hambre, qué cosa más horrenda. No te deja dormir, no te deja pensar, no te deja vivir. Sabes que significa que tu cuerpo necesita comida ya o no va a seguir funcionando. Pero, ¿qué pasa cuando todo el día tienes hambre? Si ya descartaste que sea ansiedad, sed o aburrimiento, una de estas razones puede ser la culpable de que no te puedas concentrar

No comes suficiente proteína: La proteína incrementa la producción de las hormonas que mandan la señal de que ya estás lleno y baja la producción de las que estimulan el hambre. Esto te hace sentir lleno durante más tiempo y no te dan ganas de andar picando. Está demostrado que entre menos proteína comas, más antojos de cosas dulces tendrás.

Soluciónalo: Consume ALGO de proteína en cada comida, ya sabes que la carne, pescado, pollo y huevo tienen suficiente, pero también puedes meter algún lácteo (como leche o yogurt), nueces o frijoles. 

Te falta comer grasa: Algunas dietas te quitan las grasas buenas como el aguacate y el aceite de oliva, y con eso se llevan también los ácidos grasos que ayudan a que tu hambre se reduzca. Además, esas mismas grasas pasan suficiente tiempo en el sistema digestivo, evitando que te dé hambre muy rápido.

Soluciónalo: Come huevo, salmón, aguacate, échale un chorrito de aceite de oliva a tu ensalada. 

No duermes suficiente: Para que tu cuerpo, tu cerebro y, en específico, tu sistema inmune funcionen bien, necesitas dormir al menos siete horas ininterrumpidas cada día. Si no, tu cuerpo no puede regular la ghrelina, que es la hormona del apetito. El sueño también te ayuda a tener niveles adecuados de leptina, que es la que te hace sentirte lleno.

Soluciónalo: ¡Duerme! No hay de otra. Hazte una rutina de noche con todo lo que ya sabes (no tomes café ni alcohol, deja el celular una hora antes, etc.) para que descanses mííínimo esas siete horas. 

Comes demasiados carbohidratos refinados: No todos los carbohidratos son malos. La bronca es consumir los que no tienen ni fibra, ni vitaminas, ni minerales. Todas las harinas blancas, refrescos, panes y dulces son de esos. Entonces el cuerpo los digiere muuuy rápido y tienes hambre otra vez a los dos minutos.

Soluciónalo: Reemplaza estos alimentos con granos enteros, papas y fruta, que te dan mucha energía y están llenos de fibra. 

Estás deshidratado: No necesitamos volver a decirte por qué es tan importante que tomes suficiente agua. Es muy fácil que tu cerebro confunda la sed con hambre, por eso es mejor prevenir y estar tomando agua todo el día para que no te metas unos chicharrones cuando lo que necesitas es hidratarte.

Soluciónalo: Adivina… ¡Toma agua! Todo el día y cuando sientas hambre. 

Te falta fibra: La fibra no solamente te ayuda a ir al baño, también te mantiene lleno durante más tiempo. Y ya de paso, ayudas a reducir tu riesgo de diabetes, obesidad y enfermedades del corazón.

Soluciónalo: Consume más avena, naranjas, coles de bruselas, nueces y granos enteros. Además, la mayoría de las verduras traen fibra en mayor o menor concentración. 

Comes mientras estás distraído: Si crees que estás ahorrando tiempo y siendo eficiente al contestar correos o ver la tele mientras comes, estás muy equivocado. Como tu cerebro está en otra cosa, no se da cuenta de cuánto estás comiendo y puede que comas de más sin mandar las señales de que estás lleno.

Soluciónalo: Es importantísimo que no veas tele ni tengas la computadora o el celular a la mano cuando estás comiendo. Aprovecha este tiempo para platicar con tu pareja o tu familia. ¿Y si estás solo? Ni modo, a platicar contigo mismo. 

Haces muchísimo ejercicio: La actividad física consume muchas calorías, por eso es normal que si haces dos horas de gimnasio necesites más comida. Además, el ejercicio acelera el metabolismo y sigues quemando calorías aun después de haberte ejercitado.

Soluciónalo: Come más verduras y granos, no creas que como haces tanto ejercicio ya te puedes echar la caja de donas, tampoco eres atleta olímpico. 

Le entras duro al alcohol: Tu cubita diaria hace que las hormonas que le indican al cerebro que ya estás lleno no funcionen como deben. Y no solo eso, se te antojan cosas grasosas y llenas de sal, lo cual no es nada bueno. Si eso no fuera suficiente, tu autocontrol desaparece cuando estás tomado y acabas con el refri entero.

Soluciónalo: No te vamos a decir que dejes de tomar para siempre, simplemente debes conocer bien a tu cuerpo y saber cuánto tomar (que siempre es en moderación). 

Tus calorías son líquidas: Cuando prefieres un smoothie a un huevito con jamón de desayuno, el líquido pasa por tu estómago mucho más rápido y más pronto te da hambre. Como no masticas y no hay tanto esfuerzo de digestión, el cuerpo no se da cuenta de que ya comiste y las hormonas de la saciedad no actúan.

Soluciónalo: Sabemos que a veces es más fácil tomarte un licuado que hacerte algo más sustancioso, pero levántate más temprano y haz algo rico de comer. 

Vives estresado: Aunque a algunas personas se les olvide comer cuando están muy ocupadas, el estrés eleva tus niveles de cortisol y hace que tengas más hambre y muchos antojos.

Soluciónalo: Haz ejercicio, medita, respira hondo, deja de aceptar proyectos en el trabajo. 

Comes demasiado rápido: Si te atascas y no masticas bien, puedes comer hasta un 10% más de calorías que si comes lento. Tiene que ver tanto con poner atención como con darle tiempo a tu cuerpo y tu cerebro de procesar lo que está sucediendo.

Soluciónalo: No comas con pantallas, concéntrate en tu plato y tómate el tiempo de cortar la comida en pedazos pequeños. Necesitas poner atención a lo que comes ¡y disfrutarlo! 

¿Te gustó esta nota? Califícala

1 Star2 Stars3 Stars4 Stars5 Stars (12 votes, average: 4.67 out of 5)
Loading...

Sé el primero en comentar este artículo

Dejar una respuesta