No soporto…. del Mundial

Hace 32 años que la tía Rosario no me habla porque no le conseguí boletos para la final del Mundial del 86. Una de las razones por las que odio el Mundial.

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Entre otras cosas, todos tus conocidos te piensan taquilla autorizada… ¡y gratuita! Ay de ti si no les respondes.

Además, todos los comentaristas nos hacemos consejeros imprescindibles: si en una cena conoces a un financiero, le preguntas a cuánto va a amanecer el dólar, ¿no? Pues en estas fechas, la luz del interés en cualquier evento social es para el comentarista. Nos preguntan quién va a ganar el Mundial, en qué lugar va a quedar México y nuestra opinión del técnico. Piensan que tienes dentro de tu libro de estadísticas la fórmula de la piedra filosofal. El problema es cuando llega el Mundial y no es la lógica la que tira tus supuestos, sino un pulpo el que te deja en ridículo. ¡Eso no tiene nombre! ¿Cómo es posible que un molusco que jamás narró un partido, que ni siquiera conoció un estadio, te haya ganado en todos los pronósticos? ¡No lo soporto!

Tampoco es agradable que todos los que conocen el lugar al que vas, te llenen de consejos turísticos, ¿de verdad no entienden que vas a trabajar? ¿Que los horarios son de velador porque en Rusia trabajas de madrugada y los partidos son de día? Ahora me dicen que la plaza es roja y que no vas a entender ni papa, pero que preguntes por Boris, que es el capitán de meseros de no-sé-qué-restaurante… Y que la ensalada rusa no es rusa.

Y, mientras esperas por el famoso quinto partido —que nunca llega—, ves y saludas como cada cuatro años a los mismos colegas de otros países. Los ves más panzones, con menos pelo y más acabados. Te da gusto reencontrarlos, aunque piensas que están muy maltratados, ¡pobres cuates! Hasta que entras al baño de la sala de prensa, te ves al espejo y te devuelve la imagen de un tipo más panzón, con menos pelo y más maltratado.

¡Feliz mundial!

 

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