Los continentes están a la deriva

La explicación al movimiento de los continentes, al origen de las montañas, mares, al por qué se forman los volcanes, y terremotos.

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Ésta es una historia de cadáveres congelados en el Ártico, de acusaciones, desprestigio y burlas, de continentes deslizantes. Es una historia que explica el origen de los temblores, mares y montañas. Pero sobre todo es una historia de ciencia.

A principios del siglo XX, frente a un mapa del mundo, a Alfred Wegener le pareció demasiada casualidad que las costas de los continentes parecieran un rompecabezas. Por ejemplo, Brasil embona perfectamente con África. Este meteorólogo alemán, que no sabía mucho de geología, recortó entonces el mapa y unió las piezas: formó un súper continente al que llamó Pangea.

En este momento Pangea solo existía en papel y como idea. No había nada que hiciera pensar que los continentes habían tenido otras posiciones en el pasado; el consenso científico era que la corteza terrestre era y siempre había sido estática. Pero Wegener comenzó a encontrar otras casualidades sospechosas.

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Por ejemplo, notó que había fósiles prácticamente idénticos en continentes distintos, con grandes mares en medio. Se dio cuenta también de que hay cadenas montañosas de la misma edad y formadas de las mismas rocas que parecen acabar en un lado del mundo y continuar en otro, como los Apalaches en Estados Unidos y diversos montes en Escocia, Noruega, Irlanda e Inglaterra. Encontró evidencia de restos de glaciares en el desierto del Sahara y de climas tropicales en el círculo polar ártico.

Todo esto y más, según Wegener, solo podía tener explicación si los continentes se mueven, cambiando de posición en la Tierra. Así nació la teoría de la deriva continental, y para él explicaba desde el origen de las montañas, hasta las fallas geológicas, volcanes, y sismos. Para el resto de la comunidad científica no explicaba nada, y fue una de las ideas más rechazadas y abucheadas en la historia reciente de la ciencia.

El principal problema fue que Wegener no ofreció ninguna explicación al por qué se mueven los continentes, es decir, el mecanismo detrás de ese supuesto movimiento. Le criticaron mucho haber recabado observación tras observación a favor de una idea, cuando en realidad la ciencia se supone que se hace probando diferentes hipótesis y encontrando evidencia que favorezca a alguna o rechace a otras. Wegener derivó conclusiones lógicas de diferentes patrones, pero no comprobó nada.

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Wegener murió en 1930 durante su cuarta exploración al Ártico. Encontraron su cuerpo congelado meses después de su desaparición tras una tormenta de nieve. Dicen que tenía una sonrisa.

Y con su muerte la teoría de la deriva continental quedó sepultada durante varias décadas. La teoría comenzó a renacer hasta que otras muertes llegaron, las de los geólogos que se resistían tanto a que la Tierra no solo se mueve alrededor del Sol, sino que también se mueve dentro de ella misma. Científicos de miradas más frescas retomaron la idea durante los 50s, 60s y 70s , encontrando además un mecanismo para explicar el por qué, efectivamente, los continentes se mueven.

La tectónica de placas tan citada últimamente es la explicación actual al movimiento de los continentes, pero también al origen de las montañas, de los mares, al por qué se forman los volcanes, y por qué tenemos más terremotos en ciertas zonas. La corteza de la Tierra está formada por siete placas rígidas que se mueven sobre una capa viscosa. Hay algunos puntos donde continuamente está saliendo magma, que cuando se enfría crea nueva corteza y empuja a las placas, y hay otros puntos donde las placas chocan y la corteza vieja se va hacia abajo, donde se derrite y se vuelve magma de nuevo.

Es un proceso gracias al cual la forma y el diámetro de nuestro planeta se mantienen constantes.

Wegener en muchos sentidos tuvo razón con su teoría, pero no vivió para disfrutar de su aceptación. Podríamos pensar que su sonrisa congelada es otra evidencia de sus ideas, pues su cuerpo frío en Groenlandia se aleja lentamente de Europa, donde en un principio, nadie le creyó.

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