¿Qué le pasa a los oídos de los bebés? ¿Cómo pueden afectar los sonidos altos?
El sentido del oído es básico para muchas de las actividades que llevamos a cabo socialmente. A pesar de esto, pocas veces pensamos en cómo cuidar nuestros oídos, y, sobre todo, los de los niños.
Varios factores intervienen en la pérdida de la escucha, la mayoría relacionados con daño a unas células en forma de pelitos que tenemos por dentro del oído que nos ayudan a escuchar. Estos pelitos captan las vibraciones de las ondas de sonido y las convierten en señales nerviosas que mandan al cerebro, donde éste las interpreta como sonidos. Si los pelitos se lastiman o mueren no vuelven a crecer, y así es como la pérdida de oído comienza a volverse permanente.
Es normal que con la edad el oído comience a debilitarse. Hay factores hereditarios que contribuyen a esto (por eso la sordera es común en algunas familias), pero la exposición a ruidos fuertes también tiene mucho que ver, y eso inicia desde que somos bebés.
El sonido se puede medir en decibeles (dB), que es una unidad de potencia acústica. Los sonidos normales a los que estamos expuestos van de los 30 a lo 85 decibeles; una conversación calmada ronda cerca de los 60 dB. Arriba de los 85 dB las cosas ya se ponen molestas y riesgosas. Para los infantes esto es especialmente incómodo y peligroso, pues sus cráneos son más delgados y eso los hace susceptibles a más daños en el oído interno, daños que pueden no ser reversibles, especialmente si los ruidos se sostienen por más de 15 minutos y son frecuentes.
Cuando los niños pierden audición se afecta negativamente el desarrollo de lenguaje y tienen problemas de aprendizaje. Además, estar expuestos a ruidos fuertes de manera constante afecta también a su estado emocional y mental, lo cual baja su rendimiento escolar, comprensión, motivación y memoria a corto y largo plazo. Los niños que están en ambientes ruidosos, por ejemplo en sus casas o escuelas, muestran más ansiedad y presión sanguínea elevada, así como incremento en hormonas de estrés, en comparación con niños que se desarrollan en ambientes silenciosos.
Recientemente ha surgido el debate sobre si llevar o no a los niños pequeños al cine, argumentando sobre su salud. Ciertamente las salas de cine pueden tener sonidos altos (algunas películas de acción alcanzan hasta los 130 dB), pero en la vida hay sonidos mucho peores, más frecuentes, y sobre todo que difícilmente se pueden evitar, como coches, construcciones, establecimientos con música alta, cuetes, televisiones, e incluso algunos juguetes. Si queremos proteger a las personas, infantes o adultos, de las consecuencias que tiene el ruido en nuestra salud general, las salas de cine son el menor de nuestros problemas.
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