Bueno y entonces, ¿qué pasa con el control?

"Toda mi vida he “padecido” de eso. Necesito saber que tengo todos los pelos de la burra en la mano, siempre"

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Sí, así soy yo. Es una gran cualidad -según yo, obvio- Las personas controladoras somos per se, pasionales, obsesivas, observadoras, ordenadas, maniáticas y muy pero muy enfocadas a lo que nos interesa y eso hace que, modestia aparte, sea buenísima para todo lo que implique organizar, coordinar, planear y desarrollar, casi, cualquier proyecto. Soy una persona MUY eficiente.

Lo malo es que el resto del mundo no siempre lo percibe así, lo de que los controladores somos personas llenas de cualidades como cualquier otra.

Que complicado es ser persona ¿no crees? Conocerte, aceptarte, valorarte. Saber cuáles son tus fortalezas y tus debilidades es algo que solo aprendemos con los años y varios tropezones y, si además estamos sujetos a una sociedad en donde de entrada nada es suficiente, la cosa se complica aún más.

Y es que así es. Si miras a tu alrededor verás que absolutamente toda la información que nos llega de cualquier medio es eso. Hay que estar más alto, más flaco, más fit, más activo. Ganar más, viajar más, comprar más…más, más, más. ¡Que pinche cansado!

Nadie nos enseña a estar contentos con lo que somos, así, tal cual, no más ni menos, sino con lo que hay. Y creemos que una vez que tengamos o seamos más, seremos mejores y más felices, pero… ¿qué creen? No, no funciona así. En realidad, si no aprendes a ser feliz con lo que sí tienes, tampoco serás con lo que no tienes.

Por eso, el primer lugar donde tenemos que escuchar que está perfecto ser como somos es en casa. Los papás somos los responsables de empoderar o aplastar a nuestros hijos. Somos el espejo de esas personitas que lo que más necesitan de nosotros es sentirse aceptados, aprobados, valorados por todo lo que son, no subrayados y etiquetados por todo lo que no nos parece que está bien o les falta -o no sabemos manejar-.

Los hijos aprenderán a ver -o no ver- en ellos, lo que escuchen de nosotros.

(Por cierto: poner etiquetas “positivas” pero totalmente irreales, #campeones y #princesas, solo sirve para hacerlos adictos al reconocimineto, inflarles el ego y ser completamente intolerantes a la frustración… así que de preferencia: no pongas etiquetas. Ninguna. Nunca)

¿Así o más responsabilidad?

¿Por qué creemos que ser mamá o papá de alguien nos da derecho a decidir las cosas “buenas y malas” de las personas? ¿Qué es bueno y malo? ¿Según quién? ¿Cuál es la métrica? ¿La mía? ¿La tuya?

No, señores.

No tenemos ningún derecho a calificar a nadie. Ni siquiera por ser su progenitor. No tenemos derecho a nada más que a quererlos. A guiarlos, y, si hacemos bien nuestro trabajo, a ser ese lugar dónde siempre puedan regresar a cargar pilas y sentir paz -porque si lo haces mal, saldrán corriendo-. A ayudarlos a empacar en la maleta que se llevarán a la vida todo lo que pueda servirles para impulsarlos, inspirarlos y llenarlos de confianza.

Nada más.

Si en ese equipaje, lo que metemos a lo largo de los años son etiquetas, miedos y complejos, explíquenme ¿cómo diablos van a poder construirse una vida de la que se sientan satisfechos?

Las personas que controlamos, por ejemplo, lo hacemos para asegurarnos de que todo va a salir bien, que nada nos va a lastimar. Que si todo está “perfecto” seremos aceptados y valorados. Personalmente cuando estoy asustada o muy enojada mi lado controlador se potencializa dramáticamente. Y cuando encima de todo me llueve porque “que mal que seas así” se hace una montaña de nieve en donde se junta todo: mi miedo o enojo, más mi necesidad de ser aceptada y por si fuera poco, el rechazo de la persona que te está “poniendo tache”… una bomba atómica para ir cargando por la vida.

Por eso decía: ¿qué onda con el control? ¿qué hacemos? Sé de muchos casos cercanos, y muy queridos, que padecemos de lo mismo -Dios los hace- Controlar es muy “práctico” pero es muy engañoso porque, les tengo un secretito… resulta que controlar a una persona o una situación es absolutamente imposible.

Puedes, tal vez, vivir en el espejismo de tener todo bajo control pero eventualmente la realidad se apersona y pega con tubo presentándose en muchísimas formas: la persona controlada se revela violentamente; el cuerpo se enferma de todo “sin razón” y básicamente todo sale al revés de lo que teníamos planeado.

La presión hace que las cosas exploten SIEMPRE.

¿La solución?

Soltar.

Así, nomás. Dejar ir esa maldita necesidad de buscar la paz por medio de nuestros mecanismos de protección: control, chantaje, berrinche, manipulación, conflicto, apariencias, adicciones y todas las demás que se te ocurran.

S-U-É-L-T-A-L-A-S.

Se dice muy fácil.

Romper nuestro(s) patrón de conducta, cualquiera que tengamos, es EL reto del adulto y el examen final de la madurez. Más difícil aún cuando lo hacemos, no por joder al prójimo -la mayoría de estas conductas las hacemos inconscientemente- sino por protegernos “pensando” que tenemos que ir por la vida escudándonos con mecanismos que nos hagan sentir a salvo.

Lo primero que necesitamos para ser adultos más funcionales es dejar ir lo que no nos corresponde. Dejar, por ejemplo, que las personas “se controlen” solas. Si quieren. No es nuestro trabajo monitorear a nadie, ni pretender caerle bien al mundo entero. Ni que la vida se desarrolle “perfectamente”. Ocuparnos de nosotros. No esperar a que “truene el cuete” -o el cuerpo- para entender.

Aprender a sentirnos bien en nuestra piel con lo que sí hay. Porque por más jugos verdes que tomes, ejercicios o dietas extremas que hagas y montañas de billetes que puedas juntar, si tú no estás bien, reaaaalmente bien contigo, nunca, por más que lo intentes, estarás bien con nadie más. En ningún lugar.

Y aprender también a aceptar al otro tal como es, sin ninguna expectativa.

Sin ninguna etiqueta.

Sin ningún prejuicio.

Soltar.

 

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