El síndrome de Koro

Este síndrome es más frecuente en países con poca educación sexual, muy religiosos y con creencia en la brujería.

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Es muy común escuchar que la gente se pregunte ¿dónde dejé mi celular? O ¿dónde quedaron mis llaves? Pero, a que nunca han escuchado que alguien se pregunte: ¿Dónde carajos está mi pene? ¿dónde puse mi vulva? (bueno, eso tal vez sí lo han escuchado). Reformulemos la pregunta ¿Dónde quedó mi vulva y mis pezones?

El síndrome de Koro es un trastorno psicológico en el que el paciente está mega convencido de que sus genitales se están encogiendo o retrayendo hacia el abdomen (¡AUCH!), hagan de cuenta como tortuguita metiendo su pescuecito en el caparazón, igualito. Los más extremos han llegado a asegurar que “alguien” muy perverso les está robando con brujería las partes nobles.

Obvio, estas personas viven en la congoja total, porque no hay quién les quite la idea de que en algún momento llegarán al punto en que el pene, la vulva o los pezones; simplemente desaparezcan de sus cuerpos causándoles la muerte. Así de loco el asunto.
Esta ansiedad de los genitales fugitivos es más común en países como India, China y Japón (casualmente los países señalados por diversos estudios como las regiones del mundo en que los hombres tienen los penes más petits, unos 9.6 cm en promedio).

Mientras que en TOOODOO el continente africano se reportaron de 1977 a 1997, solo dos casos de síndrome de Koro, lo cual guarda cierta lógica, ya ven que los estudios señalan a esa tierra como la cuna de los hombres mejor dotados. Acuérdense de que en Uganda dicen que no usan condón porque les aprietan, y que la OMS comprobó que efectivamente, tenían que hacer tallas más grandes para estos morenazos.

Lo que está hiper comprobado es que este síndrome es más frecuente en países con poca educación sexual, muy religiosos y con una creencia muy arraigada en la brujería.
En Estados Unidos y Europa el padecimiento se conoce como “síndrome de retracción genital”. Lo curioso es que los casos documentados de Koro en estos lugares están relacionados directamente con enfermedades como esquizofrenia, trastorno de ansiedad o dismorfia corporal; mientras que en los países asiáticos los individuos que desarrollan el mismo padecimiento, no están vinculados con ninguna de estas patologías.

Y no es que uno le quiera indilgar concretamente a los chinitos la invención de este fregado síndrome, pero el registro más antiguo de esta jalada condición es de un texto chino del 300 a. C. desde entonces y hasta 1970, todos los casos conocidos habían estado localizados en el sureste asiático, especialmente en China.

Fíjense si no. En ciertas regiones de China, el Koro se consideraba como una enfermedad endémica y en extremo contagiosa. De hecho, uno de los brotes más serios del padecimiento se dio entre 1984 y 1985 cuando más de 3 mil personas aseguraban que sus pipis estaban desapareciendo frente a sus narices. La cosa se puso tan dura… bueno, fea… ok, complicada; que el gobierno tuvo que realizar una campaña de salud mental para explicar (palabras más, palabras menos), que esas eran puras “chaquetas mentales” y que por piedad ya se dejaran de jaladas. Literal. (Es que no faltó quien dormía con el pene amarrado a la pata de la cama para que no se le desapareciera durante la noche). Desde entonces, no se registraron más epidemias en China.

Sin embargo, científicos de la Universidad de Alemania aseguran que es complicado llevar un registro exacto de las personas que padecen síndrome de Koro, ya que muchas de ellas prefieren ocultar los síntomas por puritíta vergüenza. También destacaron que la mejor forma de terminar con la enfermedad es con un buen tratamiento psicológico acompañado de algunos antipsicóticos.

Nada más les aclaro que es de lo más normal que en invierno el pene disminuya abruptamente su tamaño, lo cual no quiere decir que ya les dio Koro, sólo significa que hace mucho pinche frío.

Termina su columna y se queda tranquilo, sólo fue un sueño.

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Conductor de radio y televisión experto en temas de diversidad sexual. También es un aficionado de encontrarle el lado estúpidamente interesante a la vida.

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