Para conocer el pasado hay que ver para adentro

Si el tiempo es algo que no se puede tocar, ¿cómo llegamos al pasado?

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¿Dónde se acumula el tiempo? No es una sustancia ni nada que podamos tocar. Pero su paso por la Tierra y por nuestros cuerpos deja rastros tangibles que podríamos considerar como una máquina del tiempo.

Los minerales y rocas se utilizan para conocer el pasado de nuestro planeta. Los minerales más viejos que se han encontrado son unos zirconios en Australia que datan de hace cuatro mil cuatrocientos millones de años. Gracias la constitución atómica de estos zirconios, sabemos que el ambiente en el que se crearon tenía mucha agua, lo cual indica que la Tierra, poco después de formarse, ya tenía condiciones muy similares a las que existen hoy en día. No era un lugar terriblemente inhóspito.

Los fósiles nos cuentan sobre el pasado de la vida en la Tierra. Estas rocas que alguna vez fueron vida nos han mostrado que ésta existe desde hace al menos cuatro mil doscientos ochenta millones de años. Es decir, poco tiempo después (hablando en términos geológicos) de que se formaron las primeras rocas en el planeta. Los fósiles en cuestión lucen como unos pequeños tubos, y se cree que fueron bacterias filamentosas que vivían en el mar. A pesar de ese pasado submarino, los fósiles se encontraron en la superficie de un lugar en Quebec, pues con tanto movimiento de la Tierra, a veces el pasado emerge.

En los seres vivos de hoy en día el pasado también puede verse por dentro, aunque por diferentes tipo de adentro. El árbol más viejo que se conoce es un pino de California que tiene alrededor de cinco mil años, los cuales se calcularon con dendrocronología, es decir, analizando los anillos de crecimiento que tiene en su tronco, que con cada año de vida van aumentando.

Otra forma de conocer el pasado de los seres vivos es buscando dentro de sus células, a través de su genoma. Como si se tratara de otro tipo de fósiles, en el ADN van quedando rastros de la historia evolutiva. Todo ser vivo hereda ADN de sus progenitores, y por lo tanto a través de éste se puede reconstruir su historia genealógica. Los seres humanos compartimos el 96% del genoma con los chimpancés, el 15% con plantas, y el 7% con bacterias. Analizando las diferencias y similitudes entre los genomas es una manera de entender el pasado.

Estructuras de nuestro cuerpo guardan también la historia evolutiva. El cóxis, por ejemplo, es una herencia que nos dejaron nuestros antepasados con cola. Las muelas del juicio nos hablan de un pasado con mandíbulas más grandes y fuertes; y quienes logran mover las orejas, lo que hacen es tomar control de músculos que en otras especies les sirven para mostrar emociones o localizar sonidos, pero que a los seres humanos no sirven de nada.

Hay muchas formas de aproximarse al pasado, y varias de ellas nos dicen que para conocerlo, hay que ver para adentro.

Referencias:
Hadean age for a post-magma-ocean zircon confirmed by atom-probe tomography
Evidence for early life in Earth’s oldest hydrothermal vent precipitates
Rocky Mountain Tree-Ring Research

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