Cuando la ciencia te dice cómo amar

No te dejes engañar por la ciencia sobre cómo debe ser tu comportamiento en pareja o sexual. ¡Disfruta tu libertad!

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Nos encontramos con un fierro retorcido en la calle y luego luego le queremos encontrar función: que si está chueco para poder jalar frutas de un árbol, o meterlo al escape del coche para destaparlo… probablemente el fierro esté todo chueco simplemente porque lo aplastó un camión.

En la ciencia esto pasa comúnmente con las explicaciones adaptativas. A todo rasgo que vemos le queremos encontrar una función y creamos historias súper coherentes de por qué esa cosa evolucionó y fue ventajosa en el pasado. Esto es delicado, sobre todo en rasgos del comportamiento humano.

Para que un rasgo sea adaptativo, tiene que cumplir con al menos dos requisitos: que sea heredable, y que ese rasgo haya hecho que en el pasado, quienes lo tenían, gracias al rasgo pudieran haber tenido más hijos. Por ejemplo, las patas alargadas de un chita. Es una característica que se hereda de padres a hijos, y en el pasado hizo que los chitas con patas más largas pudieran capturar con mayor eficacia a sus presas, lo que a su vez les dio más recursos para tener más hijos.

Ahora pensemos en tantos ejemplos que abundan en estas fechas del tipo “los hombres son más infieles que las mujeres porque esto, en el pasado, les permitió ir de “flor en flor” y dejar más hijos por doquier”. O “las mujeres son más selectivas en cuanto al sexo, porque en el pasado tenían que elegir muy bien a los padres de sus hijos para que éstos tuvieran buenos genes y un futuro asegurado”. Casi todos estos tipos de “descubrimientos” comparten dos cosas en común: un profundo desconocimiento de la evolución, y el perpetuar estereotipos de género.

¿Por qué un profundo desconocimiento de la evolución? Porque aunque podría ser que algunos comportamientos diferenciales entre los géneros fueron producidos porque eran ventajosos, o sea hacía que tuvieran más hijos, la forma de comprobarlo no es preguntando a un grupo de estudiantes de una universidad gringa sobre sus comportamientos y preferencias, y de ahí extrapolar a que en los albores de la humanidad eso era ventajoso. Se puede criticar desde muchos aspectos, pero uno de los más claros es que las condiciones en que viven esas personas del estudio son muy distintas a las condiciones en que evolucionó la especie humana. ¿O te puedes imaginar cómo celebraban hace un millón de años el día de San Valentín?

Lo particular de todo esto, aparte de la ciencia dudable detrás, es que en estos intentos de encontrarle funciones evolutivas a los comportamientos, estas funciones evolutivas siempre se acomodan con lo que pensamos es el lugar de cada género en la sociedad. El peligro se encuentra en que al zanjarlos como heredables y adaptativos, estamos diciendo que existen porque así somos los humanos desde que somos humanos, y no se da espacio a que tal vez somos así porque la cultura y la sociedad nos han moldeado.

Hasta que no existan estudios con mejor ciencia detrás, creo que lo mejor sería pensarnos como seres más flexibles en sociedades con muchas reglas que nos constriñen, pero reglas que al fin creamos y podemos modificar. Que la ciencia no te engañe sobre cómo debe ser tu comportamiento en pareja, sexual y mucho menos amorosa. Disfruta de tu libertad.

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Doctora en ecología evolutiva y divulgadora de la ciencia, le gusta explicar el lado científico de la vida.

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